SOLEDAD, COMO CADA VIERNES

Y como siempre, al igual que cada viernes sobre la misma hora, ella estaba allí, con su cazadora vaquera cuatro tallas más grande, sus auriculares azules en los oídos y algún cantante como Melendi o Funambulista sonando... Sentada en su banco como tantos otros días, era el sitio perfecto para pensar.

Ese día, y al contrario que el viernes anterior, no llovía, no había posible nube que dejase caer una sola gota de agua, ni en el cielo, ni en sus ojos. Esta vez, como era habitual en ella, escribía sobre lo que fuese que le pasara por la cabeza en aquel momento.

Aquel viernes un grupo de chavales celebraban el final de la selectividad comiendo y riendo en unas mesas de aquel mismo parque, bajando la cuesta y cruzando el riachuelo, allí estaban ellos. Les acompañaban dos perros no muy grandes, uno de color canela y el otro estilo 101 dálmatas. Además de aquellos adolescentes casi adultos, numerosas personas con sus respectivos perros cruzaban el parque de un lado a otro. Y al contrario que todo el mundo en ese lugar, ella ni celebraba, ni paseaba perros, ella sólo pensaba y, a veces, escribía. Le gustaba estar sola, pero sólo en momentos controlados. Lo que no le gustaba era la soledad obligada, la sensación de no tener a nadie a su lado, ese tipo de soledad no. Ella prefería apartarse voluntariamente del mundo y de su vida durante alguna que otra hora, y sólo en aquel banco ella tenía esa soledad que tanto le gustaba...